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El maltrato del feminismo de género . -Cristina Seguí/Vozpópuli-

“Eres una vergüenza para el resto de las mujeres”. Ese fue el último ataque que recibí hace ahora una semana por parte de otra mujer descrita a sí misma como “abogada comprometida con el cambio y con la justicia social. Feminista y portavoz del CCM de Podemos.” ¿Era posible? ¿Una miembra del cuerpo de élite encargado de salvar a todas las mujeres del patriarcado opresor atizando a otra con la pericia letal de un agresor? Lo era. Lo es. Porque el relato del respeto y la equidad ha sido hurtado por una bioideología socialista practicada por mujeres feroces y disfrazadas de justicia social, no sólo para anular al hombre, sino para ajusticiar a las demás con financiación pública y total impunidad. Ese feminismo de izquierdas es el nuevo “machorro” gris, beligerante y ofendido, con pánico a ser abandonado por la mujer que cree de su propiedad. Como un paranoico o paranoica que percibe el talento y la libertad como una amenaza fuera de la cocina. El progreso individual extramuros del colectivo como algo obsceno. Mujeres contra otras mujeres por no ser suyas.

Y así, el feminismo actual actúa como un instrumento más de agresión por parte del totalitarismo izquierdista. La ofensiva aplastante del colectivo contra el nulo alcance permitido al individuo zancadilleado. Fanáticas, ventajista y mentirosas repiten el modus operandi del maltratador ya que, como cualquier agresor, disfrutan de una posición de poder y privilegio gracias a haber permeado mediante el chantaje de la ideología de género en las escalas más altas de la administración, la educación pública y las cadenas de televisión. Inoculado por el populismo original del partido socialista y los nuevos herederos del marxismo cultural; Podemos e Izquierda Unida, ha logrado congelar de pánico al Partido Popular y Ciudadanos que no sólo han cedido al chantaje del discurso por un miedo insuperable a ser motejados de machistas en los debates políticos cedidos por Rajoy al Podemismo tertuliano, sino que han contribuido de facto al derribo del linchado.

Recuerdo la campaña inmisericorde del tribunal de inquisición feminista a David Pérez, el alcalde de Alcorcón del Partido Popular que, en un acto inusual de valentía, describió al movimiento como “ese feminismo rancio, feminismo radical, totalitario, vigente, incluso influyendo en las legislaciones y marcando, en muchas ocasiones, la agenda política.” Inmediatamente se puso en funcionamiento la maquinaria propagandística de los libelos izquierdistas que redujeron a Pérez a odiador de mujeres profesional, sin contar con su madre, hermanas ni con su señora. Después, su propio partido accionó el siguiente engranaje de la maquinaria que tritura el prestigio político y moral: servir su cabeza sobre la mesa de un plató de televisión. Uno de esos a los que últimamente van los políticos humillados por las profesionales de la ideología de género para pedir perdón. Aunque sea por decir la verdad. Aunque sea exactamente eso lo que casi nunca nos dan y siempre les pedimos. Los partidos saben que en realidad no queremos escuchar la verdad incómoda sobre éste y otros temas, y ellos sólo necesitan conmutar la pena.

Ninguna de las batallas libradas por el feminismo de género son relativas al progreso de una sociedad abierta. Su función básica ha sido la de cocinar y homogeneizar al hombre dentro de un todo conceptual. Un enemigo abstracto y fantasmagórico: la sociedad patriarcal, la falodemocracia, el falocentrismo, el heteropatriarcado… y todo un repertorio de palabros y la ridícula feminización de cada profesión y adjetivo calificativo. La versión mejorada de la lucha de clases marxista: la lucha de los sexos y todo el copioso abasto de oportunidad clientelar que ante él se extiende. Este feminismo es la caricatura grotesca de las mujeres conquistadoras, emprendedoras, desafiantes, osadas y libres. Mujeres que habría que borrar de la historia y de la vida pública porque ridiculizan su paranoia.

Este feminismo que machaca a hombres y mujeres ante la impasibilidad política, nada tiene que ver con el feminismo humanista e individualista. La ideología de género reivindica a Margarita Nelken, quien se opuso abiertamente al sufragio femenino, frente a mujeres como Mary Wollstonecraft, Clara Campoamor o la brillante filósofa del feminismo contemporáneo Christina H. Sommers. El lobby feminista que se impone en España y el resto de Europa no lucha contra la violencia venga de donde venga, ya sea de hombres contra mujeres, de hombres contra hombres, o de mujeres contra mujeres. No libra a las mujeres de yugos del pasado, sino que los releva. ¿De verdad la solución para las mujeres que se han librado del yugo de un energúmeno controlador es aceptar el yugo de un colectivo castrante y chantajista?

Las mujeres que nacimos en una sociedad abierta y libre disfrutamos de nuestra sexualidad entre la intimidad y libertad de nuestras sábanas. No las levantamos para presentar al Estado nuestras parejas o amantes con el fin de que nos llene la hucha si estos tienen el órgano sexual adecuado. La mayoría de las mujeres no interpretamos los talleres de masturbación pagados con dinero público como un avance, sino como una terapia sexual para algunas burócratas paranoicas de las que, francamente, al contrario de lo que ocurre con un novio controlador, nos podemos elegir librarnos.

El feminismo radical es el paradigma del capitalismo salvaje a costa de nuestros impuestos. Se ha convertido en un sector depredador radicado en esas “organizaciones no gubernamentales y sin ánimo de lucro para fomentar la igualdad de oportunidades” o para acabar con la llamada violencia de género. Cuatro son las federaciones feministas vinculadas al PSOE que acaparan los fondos europeos para violencia de género a través de miles de asociaciones. ¿Alguno de ustedes escuchó a Elena Valenciano pedir la expulsión de Jesús Eguiguren, condenado por maltrato después de terminar de contar los 15 millones de euros en subvenciones para la Fundación Mujeres?

El primer síntoma de maltrato a una mujer llega mucho antes del insulto o la mano levantada antes de dejarla caer. Ocurre cuando es considerada como algo frágil y estúpido susceptible de ser homogeneizado con la tiranía de la sutileza. También ocurre cuando una mujer ofrece a otra su ayuda para fotografiarla con el logo de un partido político. Y ocurre cuando mujeres que se lucran con un enjambre de asociaciones y normativas miran hacia otro lado cuando la víctima es del otro “bando”. Mujeres que te repiten: “Tú sin mí no eres nada”. ¿Les suena?

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El fracaso de los Bolcho-Boys. -Cristina Seguí/OK Diario-

Uno de los más excelsos lemas de campaña de los padres de la familia Brady podemita para su primer envite electoral consistía en aquello de “asaltar los cielos”. Confieso que entonces, y más allá de mis dudas sobre su capacidad, me pareció esperanzadora aquella beata declaración de intenciones de la muchachada de la yihad republicana y anticlerical. ¿Arrepentimiento? ¿Se trataba de una súbita conversión al ejercicio monacal? ¿A una vida llena de entrega a los demás? Un milagro obrado sobre proetarras rezagados y enchufados en el Senado, jubiletas de la Falange para los platós de la Sexta, antisistemas subvencionados por el sistema, okupas cobrando dietas de señoría, y primogénitos de los papás Black… ¡Oh, no, merde! ¡Lo que los Bolchos-Boys querían en realidad era acercarse al altísimo para ver si le podían escrachar!

Un poco más tarde, y al percatarse de que tan elevada tarea no era apta para la indigencia intelectual, se conformaron con otra emergencia social mucho más asequible y terrenal: cepillarse al compa Errejón, que les pillaba más cerca que Dios. Mientras, los problemas de ‘La Gente’ podían esperar. La estocada con el piolet no cuadraba porque agonizar sobre la mesa del Consejo Político de cara a Vistalegre II era incompatible con ese rollo de la fraternidad, el apuñalamiento civilizado de Iglesias y Espinar. Ese mantra cursi usado insistentemente en cada proceso de purga como el que se cargó al errejonista José Manuel López, portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid mientras éste se metía en la boca el último mazapán. #IñigoAsíNo. Es el momento de la fraternidad hacia fuera y hacia adentro “repetía la troupe de Iglesias y Montero. Como si un Hare Krishna les hubiera recetado de golpe todo el prozac del boticario.

Como si fuera la postura preferida del Kamasutra soviético de Merkúrov practicada por este par tan acostumbrados a convertir un proyecto político en su condominio carnal. Ay, cómo me duele la gesta revolucionaria podemita convertida en un lupanar para ligar en el que, para seguir el bodrio, encima hay que aprender a distinguir a las dos villanas del serial. Irene Montero y Rita Maestre, dos damas inicialmente prometedoras y que solitas plantaban cara al Ku Klux Klan de la igualdad, a las fuerzas convergentes del capitalismo, al fiambre de Franco, y a la amenazante ofensiva del TTIP y lo transnacional. Ahora son como dos cuñadas conservadoras que se pasan el día hablando de que su niño es el mejor porque es el primero que ha aprendido a dejar de cagarse en el pañal. Las mujeres de Podemos que, según Irene Montero “no son el entorno de ningún hombre y que hacen política en pie de igualdad” sin renunciar a la jefatura del gabinete del tío que duerme sobre la almohada de al lado. Tía, o sea, me parto.

Podemos ya no es Revolución. Es la claudicación de funcionarios sin exámenes y sin oposición. Podemos es decir “Obama vete a tomar por culo” mientras cuelgas la foto de su carta en TW con la ilusión de una groupie porque “somos un partido muy plural”. Podemos es cuñadas peleándose por la herencia del marido políticamente muerto. Podemos es feminismo como escudo de todas las mediocridades. Podemos son mercantilistas de los derechos humanos que definen el Holocausto como “problema burocrático”. Podemos es la hazaña imposible de dar aún más asco a los comunistas que a los liberales. Podemos se ha convertido en el ciclado inflado por esteroides que, una vez desinflado, ha transmutado en el adefesio mamario de este patio.

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CIEs: el negocio de la hipocresía. -Cristina Seguí/OK Diario-

Obsérvenlo con detenimiento. Cosas muy bizarras están ocurriendo en los controvertidos CIEs desde que Podemos ha caído de los cielos a los mundanales ayuntamientos. La primera es la gran cantidad de súbitos motines en los centros de internamiento. La segunda sume en el desaliento: comprobar lo blanditos que son estos nuevos filántropos porque, a pesar de haber más podemitas que quieren entrar en Aluche, Zapadores y Sangonera que inmigrantes intentando salir de ellos, ni uno solo de los alcaldes, señorías o concejales aguanta ni una hora dentro.

Oigan, hasta La Pasionaria se hubiera quedado un rato a repartir migas con chorizo, a consolar a los azotados o a encadenarse como señal de protesta al rollitodel oprobio a los maltratados. Sin embargo, las visitas de Barbero, Garzón, Ribó y Montero duran lo mismo que el toque de queda del último paparazzo, y su discurso sobre los derechos humanos es tan esnob que exigen para los argelinos wifi y pisos tutelados. ¿Y por qué no lechazo y la última temporada de ‘Los Soprano’ para empoderar a los internados?

Y en ese negocio del drama humano no caben los nueve policías de Sangonera con la cabeza abierta por los internados, ya que es el oligopolio de esta izquierda del discurso de la dignidad sin tener siquiera un ápice de ella. La izquierda de Garzón que compara los CIEs  con “un pequeño Guantánamo” en el que, a diario, los policías que se juegan la vida son criminalizados al ser acusados de “violar los derechos humanos”. Mientras, el pijo anticapitalista se abrocha las New Balance para llegar el primero a la foto del escenario. Mientras, este groupie se imbuye del espíritu del Che que hacinaba homosexuales en el campo de concentración de Cienfuegos a la orden de “el trabajo os hará hombres, putitos”. Mientras, reivindica a Otegi como líder carismático y equipara 858 asesinatos por lesa humanidad con la actividad política de cualquier diputado que va al Congreso a poner una enmienda.

Desde la modificación del artículo 89 del Código Penal, la mayoría de los inmigrantes que llegan a un CIE son delincuentes que han cambiado cárcel por expulsión al país de origen, y el tiempo máximo de permanencia en estos centros en España es de 60 días, durante los cuales el negocio reportado no es ni mucho menos para la Policía, sino para asociaciones como la Cruz Roja, cuyas arcas reciben 600.000 euros al año por la gestión mediática de los CIEs de Valencia, Madrid y Barcelona, y para un Podemos que hace simultánea la agitación de los motines y su posterior gestión política en las instituciones. Parece razonable que, como contraprestación a los servicios prestados por los inmigrantes, estos pudieran ser reubicados en cualquiera de los pisos de sus señorías si es que éstas rechazan que sean llevados bien a módulos carcelarios o bien sean inmediatamente expulsados. Entretanto, y hasta su deseable cierre, los CIEs seguirán siendo para los inmigrantes ilegales lo que el Estado para los políticos podemitas: un centro de subsidio sin cuyo amparo estos morirían de frío y hambre.

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