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Bienvenidos a la República Islámica de Erdoganistán. -D. Iriarte/El Confidencial-

“Siempre hemos tenido el temor de que esto acabase desembocando en una república islámica. Ese momento ha llegado”. Es lo que nos dice una militante del Partido Comunista de Turquía que, por razones obvias, prefiere no decir su nombre, y que horas después del golpe ha optado por marcharse con su hija al pueblo de su familia en la costa mediterránea. “Estambul ya no es un lugar seguro”, afirma.

A esta activista política no le preocupan tanto, por ahora, las detenciones de “elementos golpistas” como la visión de decenas de miles de turcos en las calles,tal y como pidió el presidente Erdogan como respuesta al golpe, al grito de: “¡Alá es grande!”. Sus temores podrían no ser infundados: el sábado por la noche, grupos de islamistas armados con bastones salieron a amenazar a aquellas personas que bebían alcohol en las terrazas del área de Moda, en el distrito de Kadiköy, una de las más modernas y secularizadas de Estambul. Y nadie duda de que, si antes de la asonada la voluntad de las autoridades de actuar contra estos movimientos era escasa -por ejemplo, después de que varios de ellos agredieran a unos fans de Radiohead que bebían cerveza en Ramadán, Erdogan se limitó a declarar que “ambos habían actuado mal”-, ahora son ellos quienes controlan la situación.

Entre los 6.000 detenidos, según el ministro de Justicia, hay muchos militares, pero también miembros de la fiscalía y la judicaturaDe lo que no cabe duda es de que el Gobierno turco está aprovechando la situación para deshacerse de unos cuantos enemigos políticos. Entre los detenidos –en torno a 6.000, según el ministro de Justicia-, hay muchos militares, pero casi la mitad de ellos son jueces y fiscales. Y resulta llamativa la insistencia de Erdogan en culpar al movimiento del teólogo Fethullah Gülen de la intentona. El presidente turco ha prometido “erradicar el virus” de los gülenistas, a quienes ya se califica oficialmente de «organización terrorista». La celeridad con que las autoridades están actuando contra estos elementos deja claro que las listas de personas a arrestar estaban elaboradas desde hace meses.

«Como persona que ha sobrevivido a varios golpes militares a lo largo las últimas cinco décadas, las acusaciones de cualquier implicación en la intentona me resultan especialmente insultantes y las rechazo categóricamente«, se apresuró a responder Gülen, líder de una organización comparable en algunos aspectos al Opus Dei, dedicada también a la búsqueda de influencia política a través de la formación de élites. El movimiento Hizmet (‘servicio’) de Gülen cuenta con millones de seguidores en Turquía, muchos de ellos en puestos clave de la Administración estatal, especialmente en el ámbito judicial y de los servicios de inteligencia de la policía y la gendarmería.

Fethullah Gülen, antiguo aliado de Erdogan y líder del movimiento Hizmet, en una imagen de archivo. (Reuters)
Fethullah Gülen, antiguo aliado de Erdogan y líder del movimiento Hizmet, en una imagen de archivo. (Reuters)

«Un golpe escenificado»

La defensa esgrimida por el teólogo no carece de solidez: su movimiento fue uno de los más represaliados tras el último golpe de Estado, que tuvo lugar en 1997 contra el Gobierno islamista de Necmettin Erbakan. El propio Gülen, de hecho, se exilió en Pensilvania por temor a que los militares le juzgasen por traición. Teniendo en cuenta que las fuerzas armadas turcas siempre se han considerado a sí mismas las garantes del laicismo turco, el que un sector tan amplio del ejército esté infiltrado por los seguidores de Gülen, o se haya aliado con aquellos, como asegura Erdogan, suena bastante improbable.

Pero Gülen ha ido aún más lejos. “Hay una ligera posibilidad de que fuera un golpe escenificado”, ha dicho el clérigo desde su residencia en Pensilvania. Tal y como sucedieron los hechos, con los seguidores de Erdogan lanzándose a las calles, reduciendo a los soldados y desbloqueando el aeropuerto al tiempo que cazas ‘leales’ derribaban los helicópteros de los golpistas, parece salido de la imaginación de un guionista de películas de acción. Pero ese, el del autogolpe, es un escenario en el que no cree ninguno de los partidos de oposición turcos, los cuales, a pesar de su rechazo al Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan, han condenado sin excepción la intentona golpista y defendido la necesidad de defender el sistema democrático en Turquía.

Una opción plausible es que el Gobierno tuviese información de que se estaba fraguando un golpe pero no supiese cuándo y, previendo su fracaso, dejó que tuviera lugarUna opción más plausible, que se va imponiendo entre muchos observadores, es que el Gobierno turco tuvieseinformación de que se estaba fraguando un cuartelazo,pero no supiese exactamente para cuándo, y, consciente de la dificultad de que erste triunfase y contando con la lealtad garantizada de un sector del ejército, permitió que ocurriera, para justificar la posterior caza de brujas a la que estamos asistiendo. Desde el mismo minuto en el que se iniciaron los movimientos de tropas, el MIT, el servicio de inteligencia de Turquía, sabía que lo que estaba teniendo lugar era un golpe, y comenzaron a trabajar para hacerlo fracasar.

Eso ayuda a explicar cosas como el que varias decenas de boinas moradas (el equivalente turco de los boinas verdes) tratasen de asaltar el hotel de la costa mediterránea donde se estaba alojando Erdogan y fuesen repelidos por los guardaespaldas del presidente, en teoría mucho peor armados. El mandatario turco, al parecer, había sido evacuado horas antes del lugar. En el momento de escribir estas líneas, algunos de estos boinas moradas se han retirado con sus armas a las montañas de Marmaris, donde se ha lanzado una operación militar para darles caza.

Un civil golpea a un grupo de soldados turcos tras su rendición en Estambul, el 16 de julio de 2016. (Reuters)
Un civil golpea a un grupo de soldados turcos tras su rendición en Estambul, el 16 de julio de 2016. (Reuters)

De aliados a enemigos acérrimos

Durante mucho tiempo, Gülen y Erdogan fueron aliados estrechos. Mientras los fiscales del primero sentaban en el banquillo a gran parte de una cúpula del ejército hostil a los islamistas en el poder, en ocasiones con pruebas amañadas, dentro del macrojuicio conocido como caso Ergenekon, el Ejecutivo iba poniendo en marcha una batería de medidas islamizadoras que el primero aprobaba, desde la multiplicación de las mezquitas y el personal religioso a las restricciones al alcohol, las primeras condenas por ‘blasfemia’ o la reforma del sistema educativo para fomentar la enseñanza religiosa desde edad temprana. Fueron estas medidas las que acabaron desembocando en la llamada revuelta de Gezi de la primavera de 2013, que tenía como trasfondo el rechazo al autoritarismo islamista de Erdogan. Derrotada esta, el poder de los conservadores se multiplicó exponencialmente.

La ruptura con Gülen, sin embargo, se produjo por las negociaciones con el PKK, a las que el teólogo se oponía, y por las que trató de que sus fiscales juzgasen al jefe de los servicios de inteligencia, Hakan Fidan, un leal a Erdogan. Así, la obsesión actual del presidente con Gülen es de carácter vengativo: fueron oficiales gülenistas de la gendarmería quienes destaparon varios convoyes del MIT que transportaban armas destinadas a grupos yihadistas en Siria, y, sobre todo, fueron policías y fiscales gülenistas quienes lanzaron las operaciones anticorrupción de finales de 2013 contra el entorno del entonces primer ministro, incluyendo a su hijo Bilal Erdogan, y que estuvieron a punto de tumbar su Gobierno.

La obsesión actual de Erdogan con Gülen es vengativa: fueron gülenistas quienes destaparon la entrega de armas turcas a yihadistas sirios, y quienes lanzaron las operaciones anticorrupción contra el GobiernoDesde entonces, la persecución contra el Hizmet ha sido encarnizada, incluyendo encarcelamientos, destituciones, la expropiación de empresas y bancos y el cierre de periódicos, el último de ellos el sábado mismo. Al convertir a los gülenistas en el nuevo enemigo público, gran parte de su trabajo en la fiscalía fue desacreditado. Los oficiales del ejército condenados en el caso Ergenekon, por ejemplo, fueron puestos en libertad. Algo percibido por alarma por el Gobierno turco, que, sin embargo, no podía hacer otra cosa. Hasta ahora.

“El golpe ha sido un regalo de Dios, porque eso nos da una razón para limpiar nuestro ejército”, afirmó Erdogan el sábado. Tal vez no sean oficiales gülenistas, como afirma el presidente, pero el Ejecutivo turco no tiene ninguna razón para fiarse de ellos. Los arrestos han ido ganando profundidad: entre los detenidos, se encuentran el propio asistente militar jefe de Erdogan, el coronel Ali Yazici, y el general Bekir Ercan Van, comandante de la base aérea de Incirlik, que EEUU utiliza en sus misiones de bombardeo contra el Estado Islámico. Mientras tanto, aquellos que suscriben la misma ideología islamista que Erdogan -“el pueblo”, según la denominación presidencial, que se opuso a los tanques entre cánticos religiosos- van a seguir ganando fuerza en Turquía.

En 2011, en una entrevista con ‘The Wall Street Journal’, el historiador de Princeton especializado en Oriente Medio Bernard Lewis afirmó: “En 10 años, Irán podría convertirse en Turquía, y Turquía en Irán”. En aquel momento, parecía una exageración.

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La hora del pueblo kurdo. -Cuartopoder-

La editorial Catarata acaba de poner en las librerías “Kurdos”, un nuevo libro de Manuel Martorell, miembro fundador de cuartopoder y especialista en Oriente Medio. Se trata de una obra divulgativa y centrada en las razones que han llevado a este pueblo, mayoritariamente musulmán, a ser la punta de lanza en la actual lucha contra el Estado Islámico tanto en Siria como en Irak. Estos son algunos de los fragmentos de la obra seleccionados por su autor.

“Aunque apenas sea conocido, el Kurdistán es tan extenso como la Península Ibérica pero atesora tantas riquezas que ese proyecto siempre ha quedado inconcluso por ir contra poderosos intereses. Esa ha sido la maldición histórica de los kurdos: asentarse desde la noche de los tiempos en una zona del mundo que no ha dejado de adquirir importancia geoestratégica. Por eso, pese a contar con 40 millones de almas, en Siria y Turquía se niega su existencia, y en Irak e Irán queda limitada a solo una parte de las tierras que habitan.

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Pero el drama de los kurdos nos sigue pareciendo una lejana pesadilla, procedente de un mundo que no es el nuestro y, sin embargo, los jóvenes kurdos, en su inmensa mayoría pertenecientes a familias musulmanas, mueren cada día luchando para erradicar el yihadismo a solo unos kilómetros de las playas del Mediterráneo. En Siria y en Irak ya han pagado un elevado precio en este trascendental combate; solo luchando contra los yihadistas, murieron más de 2.000 hombres y mujeres durante los años 2014 y 2015. Lo hacen a sabiendas de que están defendiendo unos valores semejantes a los nuestros y, pese a ello, no esperan un sincero apoyo por nuestra parte porque casi siempre se lo hemos dado a sus enemigos, y aún cuando lo hacemos, tampoco han sido escasas las traiciones.

Igualmente son conscientes de que se encuentran en un momento clave de la historia, sin precedentes, ante una crisis que no es como las anteriores, porque ellos, los kurdos, que son el pueblo más antiguo de esta castigada parte del mundo –llegaron miles de años antes que árabes y turcos-, representan lo que siempre ha sido Oriente Medio y lo que, justo ahora, está a punto de desaparecer.

Y también saben que el resto del mundo, que tantas veces les ha dado la espalda, les necesita porque nadie como ellos tiene un pueblo y una historia que defender frente a la actual orgía depredadora, que nadie como ellos tiene una capacidad organizativa y de combate forjada por una larga historia de resistencia, y nadie como ellos, que son mayoritariamente musulmanes, pueden romper los estereotipos sobre Oriente Medio que con tanta facilidad se extienden dentro de la opinión pública occidental. Ver a las mujeres kurdas combatiendo en primera línea para detener a quienes aterrorizan al planeta ha abierto muchos ojos cegados por la simplificación. Pero también los kurdos son conscientes de que están frente a una oportunidad irrepetible, el momento de la historia que esperaban tras una sucesión de tragedias que parecía no tener fin, la hora de demostrar, por fin, que aparte de fundamentalismos y regímenes autoritarios, existe un Oriente Medio, el suyo, el de siempre, basado en el respeto a la diversidad de los pueblos y las religiones.

Para la mayor parte y pese a ser también suníes, el Estado Islámico, con sus decapitaciones, matanzas de yezidis y la destrucción de su ancestral patrimonio, representa un islam en el que muy pocos se reconocen, aunque también hubiera en las filas yihadistas un significativo número de kurdos, junto a chechenos, tunecinos, egipcios, saudíes y europeos.

Es un hecho que tanto ayer como hoy los kurdos son mayoritariamente musulmanes, concretamente suníes, pero también es cierto que existen interpretaciones del islam muy distintas, sin olvidar que, incluso dentro de los que genéricamente se consideran musulmanes, encontramos un significativo número de no practicantes, de personas con posiciones agnósticas, mientras otras consideran al islam el peor de los males que ha podido sufrir el pueblo kurdo por no admitir la división cultural entre sus fieles o quienes directamente predican el retorno al mazdeísmo originario.

El Tratado de Lausana de 1923 suponía dar curso legal a la división en cuatro partes del Kurdistán y a dejar aparcadas para siempre las promesas de autodeterminación establecidas en los artículos 62, 63 y 64 de Sevres (1920). A partir de ese momento, el Kurdistán experimentaría una cadena de insurrecciones por la autonomía o la independencia que todavía no se ha detenido.

Aunque ya existían los precedentes de la República de Ararat, del Reino del cheik Mahmud y, pese a que Mahabad también tuvo una efímera existencia –apenas once meses-, este nuevo intento de autogobierno supuso un hito histórico para el pueblo kurdo. Mahabad logró mantener una administración estable sobre un vasto territorio, institucionalizó la bandera tricolor deKhoybun, compuso el himno nacional en el que se reconocen todos los kurdos y alumbró el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), el primer partido moderno y realmente de masas; pero, sobre todo, puso en marcha un proyecto político que aglutinó a kurdos procedentes de todas las partes del Kurdistán.

La sucesión de sublevaciones reclamando la autonomía, el federalismo o la independencia terminaron haciendo de la cuestión kurda un asunto de primer orden en cada uno de los cuatro países que dividían el Kurdistán.

Objetivamente, la aparición del nuevo y grave problema kurdo ponía en riesgo la estabilidad de toda la región y, por ese motivo y pese a representar modelos políticos no solo antagónicos sino literalmente beligerantes, estas cuatro potencias realizaron, durante décadas, cumbres regionales para tenerlo bajo control (…) De una u otra forma, en uno u otro momento, con apoyo explícito o implícito y en todo caso con un silencio cómplice, estos cuatro países buscaron como solución final el exterminio del pueblo kurdo.

Pero aún fue más sorprendente para la opinión pública internacional ver cómo entre las milicias de las YPG había un gran número de mujeres combatiendo, al lado de los hombres, contra el Estado Islámico, un hecho que provocó perplejidad en muchas personas atrapadas por la simplificación respecto a las sociedades musulmanas. Sin embargo, aun siendo extraordinaria la participación de mujeres kurdas en acciones armadas, no resultaba excepcional. Prácticamente todas las organizaciones importantes admiten y promueven la participación de mujeres en cargos directivos e institucionales, e igualmente han tenido mujeres peshmergas en sus filas, de forma especial dentro del PKK.

En líneas generales, se podría decir que, dentro de la sociedad kurda, siempre ha existido una contradicción entre el tradicional protagonismo de la mujer y un dominio patriarcal reforzado por interpretaciones rigoristas del islam, y que, históricamente, en aquellos lugares donde el tradicional factor kurdo era preeminente, la situación de la mujer era más aceptable que donde era reemplazado por elementos de dominación exterior, con los que la vida cotidiana de la mujer experimentaba un considerable retroceso.

Por lo general, para un kurdo, como para un catalán, vasco, gallego, escocés o bretón, lo prioritario es la defensa de un proyecto cultural propio, de unas referencias históricas muy anteriores al surgimiento del islam y del cristianismo; la religión, sin dejar de ser importante, siempre quedaba en segundo plano. Este esquema mental hacía compatible un sunismo mayoritario con otras corrientes musulmanas y religiones no mahometanas.

Incluso Erdogán echó mano de la excusa terrorista para boicotear en febrero y marzo de 2016 las conversaciones de paz sobre Siria auspiciadas por la ONU, Rusia y EEUU en Ginebra. Así lo haría, dijo expresamente, si el PYD participaba en las negociaciones. Nadie, excepto Turquía, considera terrorista al PYD; en este sentido, se habían expresado abierta y reiteradamente la Casa Blanca y los Gobiernos de Alemania, Francia y Rusia. De hecho, el comisionado especial de la ONU para la paz en Siria, Steffan de Mistura, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, y el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov insistieron en que el PYD debía sentarse junto al resto de los grupos opositores a Bachar al Asad. Y esto era así no solo porque ya nadie discutía que el PYD era un factor clave de la crisis sino porque su propuesta basada en el respeto al pluralismo y diversidad de la sociedad siria, aunque estuviera en las antípodas del proyecto de Erdogán, podía ser una importante contribución a la hora de encontrar un nuevo sistema político. Pero el PYD, como otras organizaciones kurdas, apuntaba mucho más alto; su propuesta federal era válida no solo para Siria sino para el conjunto de Oriente Medio porque suponía la verdadera alternativa a esa desfasada dicotomía entre dictadura e islamismo”.

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El suicidio europeo ante Turquía. -Thierry Meyssan/Red Voltaire-

Al firmar con Turquía un acuerdo –por lo pronto ilegal a la luz del derecho internacional– para frenar la oleada de migrantes, los dirigentes de la Unión Europea dan un nuevo paso en lo que podríamos llamar su pacto con el diablo. Gran parte de los 3 000 millones de euros asignados a Ankara irán a parar al financiamiento de los yihadistas y, por tanto, incrementarán la cantidad de migrantes que huyen de la guerra. Por cierto, al levantar, en los próximos meses, la exigencia de visas a los ciudadanos turcos, los europeos instituyen de hecho la libre circulación entre los campamentos de al-Qaeda y Bruselas. Al imponer a los pueblos de Irak y Siria la amenaza y la opresión de los yihadistas, a los que financian indirectamente, y al abandonar al pueblo turco entre las garras de la dictadura del presidente Erdogan, los europeos sientan las bases de un amplísimo enfrentamiento del que ellos mismo acabarán siendo víctimas.

«La democracia es como un tranvía. Lo tomamos para ir a donde queremos y una vez allí, nos bajamos».  Recep Tayyip Erdogan (1996)

El Consejo Europeo, reunido el 17 y el 18 de marzo de 2016, adoptó un plan tendiente a resolver el problema de la masiva oleada de migrantes provenientes de Turquía [1]. En ese acuerdo, los 28 jefes de Estado y de gobierno de los países de la Unión Europea se plegaron a todas las exigencias de Ankara.

Ya habíamos analizado anteriormente, en este sitio web, la manera cómo Estados Unidos planeaba utilizar los acontecimientos del Medio Oriente para debilitar la Unión Europea [2]. Desde el inicio de la actual crisis de los «refugiados», fuimos los primeros en observar simultáneamente que se trataba de un fenómeno provocado de forma deliberada y los problemas insolubles que plantearía [3]. Nuestros análisis, por desgracia, se cumplieron, y nuestros detractores acabaron adoptando nuestras posiciones.

Para ir un poco más lejos, hoy queremos estudiar de qué manera se apoderó Turquía de la iniciativa y la continua ceguera de la Unión Europea, que persiste en seguir dejándose arrastrar por los acontecimientos.

El juego de Recep Tayyip Erdogan

El presidente turco Erdogan no es un político común y corriente. Pero los europeos, o sea ni los pueblos ni sus dirigentes, no parecen haberse dado cuenta.

• En primer lugar, Recep Tayyip Erdogan proviene de un movimiento islámico panturquista vinculado a la Hermandad Musulmana de Egipto y favorable a la restauración del Califato [4]. Según Erdogan –pero igualmente según sus aliados del Milliyetci Hareket Partisi (MHP)–, los turcos son los descendientes de los hunos de Atila, a su vez hijos del lobo de las estepas del Asia Central, del que heredaron la resistencia y la insensibilidad. Constituyen entonces una raza superior llamada a gobernar el mundo. Su alma es el islam.

El presidente Erdogan es el único jefe de Estado del mundo que reivindica abiertamente una ideología de supremacía étnica, perfectamente comparable al supremacismo ario de los nazis. Es, además, el único jefe de Estado del mundo que niega los crímenes de su historia, principalmente las masacres del sultán Abdulhamid II contra los no musulmanes (durante las masacres hamidianas de 1894-1895, al menos 80 000 cristianos fueron masacrados mientras que 100 000 cristianas eran incorporadas a la fuerza a los serrallos) y, posteriormente, las masacres perpetradas por la organización de los Jóvenes Turcos (genocidio contra los armenios, los asirios, los caldeos, los siriacos, los griegos pónticos y los yazidíes, desde 1915 hasta 1923, estimado en al menos 1 millón 200 000 muertos), genocidio perpetrado con ayuda de oficiales alemanes, entre los que se hallaba Rudolf Hoss, futuro director del campo de concentración de Auschwitz [5].

Al celebrar el 70º aniversario de la liberación de la pesadilla nazi, el presidente ruso Vladimir Putin subrayaba que «las ideas de supremacía racial y de exclusivismo provocaron la guerra más sangrienta de la Historia» [6]. Posteriormente, en el marco de una marcha –y sin mencionar a Turquía– el propio Putin llamaba a todos los rusos a disponerse a reeditar el sacrificio que antes realizaron sus abuelos, si ello llegara a ser necesario para salvar el principio mismo de la igualdad entre los hombres.

• En segundo lugar, el presidente Erdogan, respaldado sólo por un tercio de la población turca, gobierna su país en solitario y recurriendo a medios coercitivos. Hoy es imposible saber con precisión lo que piensa el pueblo turco ya que la publicación de toda información que cuestione la legitimidad del presidente Erdogan se considera una amenaza contra la seguridad del Estado y se castiga con el encarcelamiento inmediato. Según los últimos estudios publicados –en octubre de 2015–, sólo una tercera parte de los electores respalda a Erdogan. Es mucho menos que el respaldo que tenían los nazis en 1933, cuando obtuvieron un 43% de los votos. Eso implica que el presidente Erdogan sólo pudo ganar las elecciones legislativas “arreglándolas” descaradamente. Por ejemplo:
- Los medios de prensa de la oposición fueron literalmente amordazados: los matones del partido de Erdogan (AKP) asaltaron los importantes diarios Hürriyet y Sabah; hubo investigaciones abiertas contra periodistas y órganos de prensa acusados de respaldar el «terrorismo» o de referirse al presidente Erdogan en términos difamatorios; también hubo sitios web bloqueados; proveedores de servicios informáticos suprimieron de su oferta los canales de televisión de la oposición; de los 5 canales de televisión con cobertura nacional 3 fueron en su programación claramente favorables al partido en el poder y la policía cerró los otros dos canales, Bugun TV y Kanalturk.
- Un Estado extranjero, Arabia Saudita, repartió 7 000 millones de libras (unos 2 000 millones de euros) en «donaciones» para «convencer» a los electores de que debían votar por Erdogan.
- 128 oficinas del HDP (partido de izquierda) fueron atacadas por los matones del partido del presidente Erdogan, muchos candidatos y sus equipos de campaña fueron golpeados, más de 300 comercios pertenecientes a kurdos fueron saqueados, decenas de candidatos del HDP fueron arrestados y puestos bajo detención temporal durante la campaña electoral.
- Más de 2 000 opositores resultaron muertos durante la campaña electoral, tanto en atentados como a causa de la represión gubernamental contra el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). En el sureste de Turquía, varias localidades fueron parcialmente destruidas por los blindados del ejército turco.

A partir de la «elección» de Erdogan, una placa de plomo cayó sobre el país. Se hizo imposible obtener información sobre el estado de Turquía a través de su prensa nacional. El principal diario de la oposición, Zaman, fue puesto bajo tutela y ahora se limita a exaltar la grandeza del «sultán» Erdogan. La guerra civil, que ya convulsiona el este de Turquía, está extendiéndose, con atentados en Ankara e incluso en Estambul, ante la total indiferencia de los europeos [7].

El señor Erdogan está gobernando prácticamente solo, rodeado sólo de un grupo muy restringido del que forma parte el primer ministro Ahmet Davutoglu. Como si eso fuera poco, Erdogan declaró públicamente, en plena campaña electoral, que ya no estaba aplicando la Constitución y que ahora todos los poderes están en sus manos.

El 14 de marzo de 2016, el presidente Erdogan que, ante los kurdos, «la democracia, la libertad y el estado de derecho ya no tienen el menor valor». Y anunció su intención de ampliar la definición legal de «terrorista» para incluir en ella a todos los que él considera «enemigos de los turcos», o sea a los turcos y no turcos que se oponen a su supremacismo.

Al precio de 500 millones de euros, Recep Tayyip Erdogan hizo erigir el palacio más grande dedicado a ser residencia de un jefe de Estado en todo la historia del mundo. El “palacio blanco”, referencia al color de su partido –el AKP– abarca 200 000 metros cuadrados y dispone de todo tipo de instalaciones, entre los que se hallan búnkeres ultramodernos de alta seguridad con comunicaciones vía satélite.

• En tercer lugar, el presidente Erdogan está utilizando poderes que se ha arrogado, en violación de la Constitución turca, para convertir el Estado turco en padrino del yihadismo internacional. En diciembre de 2015, la policía y la justicia turcas lograron comprobar que el propio presidente Erdogan y su hijo Bilal mantenían vínculos personales con Yasin al-Qadi, el banquero de al-Qaeda. Así que el presidente turco destituyó a los policías y magistrados que se habían atrevido a «atentar contra los intereses de Turquía» (sic), mientras que el propio Yasin al-Qadi y el Estado turco emprendían un proceso judicial contra el periódico de izquierda BirGün por haber reproducido mi editorial titulado «Al-Qaeda, eterno auxiliar de la OTAN».

En febrero pasado, la Federación Rusa entregaba al Consejo de Seguridad de la ONU un informe de inteligencia que demostraba el apoyo que el Estado turco aporta al yihadismo internacional, en violación de numerosas resoluciones de ese mismo órgano de Naciones Unidas [8]. Yo mismo publiqué un estudio detallado sobre esas acusaciones, estudio que fue inmediatamente censurado en Turquía [9].

La respuesta de la Unión Europea

La Unión Europea había enviado una delegación encargada de supervisar las elecciones legislativas turcas de noviembre de 2015. Esa delegación pospuso durante mucho tiempo la publicación de su informe, para acabar publicando una breve versión edulcorada de ese texto.

Presas del pánico ante la respuesta de sus poblaciones, que están reaccionando duramente ante la entrada masiva de migrantes –y, en el caso de los alemanes, ante la abolición del salario mínimo provocada por esa oleada de migrantes–, los 28 jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea han preparado con Ankara un procedimiento para que Turquía se encargue de resolverles el problema. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, señaló de inmediato que la solución adoptada viola el derecho internacional. Pero, incluso suponiendo que sea posible mejorar las cosas, no es ese el problema fundamental.

La Unión Europea se ha comprometido:
- a pagar a Turquía 3 000 millones de euros al año para que ese país ayude la Unión a enfrentar sus obligaciones… pero no establece ningún mecanismo de verificación del uso que dará Ankara a esos fondos;
- a eliminar la exigencia de visas a los turcos para entrar en los países de la Unión Europea [10] –medida que debe entrar en vigor en sólo meses, quizás incluso en unas pocas semanas;
- a acelerar las negociaciones sobre la adhesión de Turquía a la Unión Europea –lo cual será a mucho más largo plazo y menos probable que la medida sobre la eliminación de la exigencia de visas.

En otras palabras, cegados por la reciente derrota electoral de Angela Merkel [11], los dirigentes europeos se limitaron a buscar una solución temporal para frenar el flujo de migrantes, sin tratar de resolver la causa del problema y sin tener en cuenta la infiltración de yihadistas que puede producirse a través de ese flujo.

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¿Qué hemos hecho?
© Unión Europea

El antecedente de Munich

En los años 1930, las élites europeas y estadounidenses consideraban que la URSS, debido a su modelo, representaba una amenaza para sus intereses de clase. Y por eso apoyaron colectivamente el proyecto nazi tendiente a colonizar el este de Europa y a destruir los pueblos eslavos. A pesar de los repetidos llamados de Moscú a la creación de una gran alianza contra el nazismo, los dirigentes europeos aceptaron entonces todas las exigencias del canciller Adolfo Hitler, incluyendo la anexión de los Sudetes. Así surgieron los acuerdos de Munich (1938), ante los cuales la URSS se vio obligada a adoptar una política de “sálvese quien pueda” que la llevó, por su parte, a firmar el pacto germano-soviético (1939). Ya era demasiado tarde cuando algunos dirigentes europeos, y más tarde estadounidenses, por fin se dieron cuenta del error que habían cometido y finalmente se decidieron a aliarse con Moscú en contra de los nazis.

Y hoy estamos viendo la repetición de los mismos errores. Las élites europeas ven en la República Árabe Siria un adversario, ya sea porque defienden el punto de vista colonialista de Israel o porque abrigan la esperanza de recolonizar el Levante para sí mismas y de apoderarse así de las gigantescas reservas de gas aún sin explotar que existen en esa región. Por eso apoyaron la operación secreta de Estados Unidos tendiente a provocar un «cambio de régimen» y fingieron creerse la fábula de la «primavera árabe». Al cabo de 5 años de guerra a través de intermediarios, viendo que el presidente sirio Bachar al-Assad sigue en Damasco a pesar de los miles de veces que se predijo su dimisión, los europeos deciden ahora financiar con 3 000 millones de euros al año el apoyo que Turquía aporta a los yihadistas. Según la lógica de las élites europeas, ese financiamiento tendría que llevarlas finalmente a la victoria y poner fin a la ola migratoria. Y ya será demasiado tarde cuando se den cuenta [12] de que, al eliminar la exigencia de visas a los nacionales turcos, han autorizado la libre circulación entre los campamentos de al-Qaeda en Turquía y Bruselas [13].

La comparación con el fin de los años 1930 viene a nuestra mente sobre todo porque en el momento de los acuerdos de Munich el Reich nazi ya había anexado Austria, sin que ello provocara ninguna reacción notable de parte de los demás Estados europeos. Hoy en día, Turquía ya ocupa el noreste de Chipre, país miembro de la Unión Europea, y una franja de varios kilómetros de profundidad en Siria, territorio sirio que incluso administra a través de un walli (prefecto), nombrado expresamente por Ankara. No sólo la Unión Europea guarda silencio sobre esos hechos sino que, con su actitud, estimula a Ankara a proseguir con su política de anexiones, que de hecho viola el derecho internacional. La lógica común del canciller Hitler y del presidente Erdogan se basa en la unificación de la «raza» y la purificación de la población. Hitler quería unir las poblaciones de «raza alemana» y purificarlas excluyendo a los elementos «extranjeros» (judíos y roms), Erdogan quiere unir las poblaciones de «raza turca» y purificarlas excluyendo a los elementos «extranjeros» (kurdos y cristianos).

En 1938, las élites europeas creían en la amistad del canciller Hitler. Hoy en día creen en la del presidente Erdogan.

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