Ni daifas ni cortesanas. -Fernando Sánchez Dragó/El Mundo-

La oleada de puritanismo que recorre Mojigatia (antes España) huele a tigre de sacristía y a bragas de monja progre, pero ya pasará. A una época de libertinaje sucede siempre otra de represión y tras ésta regresa la libertad de costumbres. Entre los bastidores de la cursilería de los mil y un movimientos podemitas se cierne la guadaña del totalitarismo. ¿Cuál de ellos? Pues el de siempre, porque sólo hay uno: el de los jacobinos, el de los asesinos de los Romanov, el del chequismo del Madrid republicano, el del nazismo o el del yihadismo, que ahora se viste con la piel de cordero del buenismo y el multiculturalismo. ¡Cuánto ismo,mare de Déu! Vale, vale… Ya lloverá menos, pero, de momento, hasta que escampe, nos lo están prohibiendo todo sin que nadie diga nada. El último apretón de esa tuerca es la homilía de la alcaldesa de Madrid concerniente al libro de estilo de la profesión periodística. Nihil novum. El totalitarismo, sea cual sea la ideología de la que proviene, siempre empieza manipulando el román paladino en el que suele el pueblo fablar con su vecino. Nos conmina la alcaldesa a no llamar putas a las putas en nuestros escritos, aunque sí puteros (discriminación sexista) a los que van con putas. Recuerdo un episodio de mi adolescencia. Sucedió en Soria. El historiador del arte Gaya Nuño, que era rojo, rojísimo y con el que tuve noble trato, acababa de publicar en la Austral un libro que hoy, por la donosura de su estilo, ya es un clásico: El santero de San Saturio. En él glosaba las costumbres vigentes en la Soria que él había conocido, pues soriano era. En uno de sus capítulos más sabrosos evocaba los hospitalarios lupanares de la zona del Ferial a los que a media tarde acudían los burgueses para tomar chocolate con picatostes en compañía de las putas. El autor, en el párrafo inicial de esa semblanza, aludía a ellas con eufemismos barrocos y cultismos rebuscados, pero de repente, tras un punto y aparte, cambiaba de tono y decía: «Ni daifas ni cortesanas. En Castilla las hemos llamado siempre así: las putas». Y hay que ver la que se armó. El obispo del Burgo lo puso a caldo, la feligresía se echó a la calle y el pobre Gaya se convirtió en el payaso de las bofetadas de aquella ciudad levítica. Pues eso, alcaldesa. Céntrese en lo suyo, déjese de sermones ni pedidos ni agradecidos y permítanos a los periodistas seguir escribiendo en castellano.

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